Porque te arreglas…

Ilustración de Mailye Matos, Johanna Ortiz Resort 2019.

Mailye Matos

—¡Tú no eres de aquí! exclamó Isadora Dias mientras bajaba las escaleras de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) saliendo de mi clase de historia de la moda. Había acelerado el paso para alcanzarme.

—¿Cómo lo sabes? - pregunté.

—Porque te arreglas - replicó.

En mi búsqueda constante por expresar mi identidad a través de signos, transité por un sinnúmero de tendencias desde la pre-adolescencia hasta más o menos los 27. No voy a negar que en el proceso gravité hacia los clásicos: el pequeño vestidito negro y sus manifestaciones, la camisa blanca, los estilos clásicos de Ray Ban: wayfearer como guiño a lo clásico, aviators para proyectar empoderamiento.

La frase “porque te arreglas” que salió de la boca de Isadora escondía un asunto identitario, ella brasileña, yo caribeña, ambas sumergidas en el otoño de la ciudad de Buenos Aires, considerada por muchos la “Europa” de América Latina, necesitábamos nuestro pedazo de hogar. Los signos que percibió Isadora no estaban en el maquillaje, apenas me maquillaba, se los di en la forma de manillas de metal que tenían más de norteamericanas que de caribeñas salvo por el uso del color.

Habitantes de las tierras de las reinas de bellezas, según descrita por Nina García en El libro de la moda, las latinas invertimos mucho tiempo y esfuerzo trabajando en la forma en la que nos presentamos ante el mundo. García destaca que nuestra idiosincracia pone mucha atención al constructo de la femineidad y “los estándares no son solo un tema de presentación si no un tema de carácter moral.”

El estándar de belleza atado a la moral destapa otras facetas de la identidad latinoamericana, el clasismo y el machismo destacan. Porque te arreglas. ¿No supone el acto de “arreglarse” una admisión de que somos naturalmente defectuosos? ¿En qué consisten nuestros defectos? ¿En el hecho de localizarnos en un cuerpo femenino o en la realidad de localizarnos en cuerpos racializados? ¿En ambas?

Nunca he escuchado a un hombre reconocer a otro “porque se arregla”. El reconocimiento de Isadora parte de signos de comunión entre Brasil y el Caribe en medio de una ciudad como Buenos Aires que en otoño de 2010 navegaba en un mar de, “caras lavadas”, harem pants y Nike rifts. Antes de conocer mi identidad, Isadora reconoció su propia identidad a través de mi indumentaria, reconoció también que el acto de arreglarse responde además a la mirada latinoamericana.

Es que, históricamente, nos reconocemos por los modos del vestir. Después de todo, los primeros registros históricos de la región establecieron diferencias en función de la ropa. De acuerdo con Mariselle Meléndez la ropa jugó un rol importante en los procesos de construcción identitarios de la región latinoamericana. Citando a Walter Mignolo, Meléndez señala que los cronistas de la época de la colonización encontraron en la ausencia de escritura, el canibalismo y la ausencia de ropa los elementos cruciales para la construcción escrita de los amerindios.(1) Es así, como los modos del vestir se convirtieron gradualmente en activos para las nuevas generaciones latinoamericanas. Para muchos, arreglarse pasó a ser el boleto a una mejor calidad de vida y al reconocimiento social.

Hay constructos de los que no podemos escapar, —mi madre aún no logra entender cómo puedo salir de la casa sin llevar brassiere— y estos a su vez construyen nuestra identidad. Una identidad que se moldea según nuestras necesidades y en función de estas nos vestimos.

Cuando conocí a Isadora transitaba entre lo práctico y lo glam. Aquello que me diferenciaba la llevó a acercarse pues reconoció elementos culturales tan comunes a ambas que dio por sentado mi origen. Combinaba las manillas con tank tops y jackets y ponía mucho énfasis en los accesorios que nunca podían faltar. Para mí, no existía tal cosa como la sobrecarga de accesorios.

Ahora gravito a lo clásico, el minimalismo, aunque siempre hay espacio para apostar a un statement piece. El paso de los años y las tendencias fallidas te llevan inevitablemente a forjar un estilo. Claro que existen los eternos exploradores, personas que parecen probar de forma continua y contundente a modo de error y ensayo cuanta tendencia se les presenta, sin que su irreverencia las opaque;Betsey Johnson, Vivienne Westwood, Patricia Field, Michele Lamy por mencionar algunas. Todas cargan un aura, pero ahí no encajo yo. No me agrada sentir que ando disfrazada de irreverente, o de belleza tropical, hoy gozo de la libertad de llevar un atuendo sin que el atuendo me lleve.

Estudio gozosa el aura del uniform dressing. Después de todo, Carolina Herrera, Tom Ford, Yohji Yamamoto, Karl Lagerfeld entre otros, igual apuestan a él, sin falla alguna.

A partir de mis 30, me permití reconocer que no soy la eterna rebelde, que mi capacidad adaptativa contribuye a mi autorrespeto y que un estilo de vida minimalista no equivale a dejar de apostar a piezas memorables. En tiempos de compra y venta de identidades no creo en ver la moda con exceso de seriedad, pero tampoco en ser la que más grita, prefiero como diría Raf Simons, hablar con inteligencia.

¿Statement pieces? Bienvenidos. Pero solo bajo mis condiciones.


  1. Root, R. A., & Meléndez, M. (2005). Visualizing Difference: The Rhetoric of Clothing in Colonial Spanish America. En The Latin American Fashion reader (pp. 17–30). Berg. 

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