La complicada relación entre moda y feminismo: injerencia en el armario

Este es el primero de tres artículos que analizan la complicada relación entre la moda y el feminismo, en el marco de la Semana Internacional de la Mujer.

Mujeres miembros de la Sociedad Británica para la Protección de la Minifalda protestan frente a la Casa Dior en 1966 por su trato injusto al atuendo. Larry Ellis/Getty Images

Mailye Matos

La injerencia de la sociedad en el armario femenino es un tema que se discute desde las voces del feminismo hasta las de sus detractores. El decoro, la discreción y la castidad, son constructos que a lo largo de la historia se han relegado al sexo femenino y han sido la unidad de medición utilizada por distintas sociedades para decidir con qué “tipo” de mujer se está lidiando en determinado momento.

Es así como el establishment, desde que en el siglo 18 se relegó la moda a los asuntos femeninos, determinó (o al menos lo intentó) qué era correcto y qué no y de paso calificó o descalificó a las mujeres en materia de indumentaria independientemente de lo que estaba o no de moda.

del rational dress movement al pantalón femenino

La primera ola del feminismo en los Estados Unidos floreció con cientos de mujeres en su mayoría de clase media que se reunieron en 1848 —época en que la moda promovía atuendos restrictivos como el corsé y la crinolina— para celebrar lo que pasó a la historia como la primera Convención por los Derechos de la Mujer en el país anglosajón. Entre los asuntos discutidos en ese primer encuentro se hallaba la lucha por la abolición de la esclavitud (en E.E.U.U. se abolió en 1863), el derecho al sufragio femenino y una reforma de vestuario.

Esas primeras feministas acordaron que había llegado el momento de simplificar el engorroso vestuario que se les obligaba a llevar. Los vestidos de la época resultaban “incómodos, costosos y difíciles de manejar” pues en ocasiones requerían entre 20 y 30 yardas de material.

En 1851 luego de varias horas trabajando en su jardín y como resultado del disgusto que le provocó su atuendo, Elizabeth Smith Miller —una de las participantes del evento— creó unos pantalones turcos hasta el tobillo y los acompañó de una falda 4 pulgadas por debajo de las rodillas. Satisfecha con su invento, fue a ver a su prima Elizabeth Cady Stanton —responsable de haber reunido aquel centenar de mujeres— quién pronto adoptó el atuendo creado por Miller. Su vecina Amelia Bloomer, fundadora y editora del periódico feminista The Lily también abrazó la nueva silueta que en poco tiempo fue bautizada con el nombre bloomers.

Caricatura de John Leech publicada en la revista Punch.

 

La Francia de 1911 vio una segunda aparición del pantalón femenino con la jupe-culotte del afamado diseñador Paul Poiret. El atuendo, resultado de una sociedad frenética por el orientalismo gracias a la traducción al francés de las Mil y Una Noches de Jean Charles Madrus y al éxito del ballet ruso de Sergei Diaghilev, era similar al de Miller casi en su totalidad y las reacciones que desató también. En esta ocasión la crítica se centró en el exotismo racial y la fluidez de género que implicaba el nombre del atuendo: jupe (falda) culotte (pantalón), pues la flexibilidad iba en ambas direcciones.

Ese mismo año Bloomer viajó a Inglaterra con el fin de promover el estilo que, “a pesar de la bifurcación no las despojaba de feminidad.” La visita de la sufragista provocó revuelo, burlas y censura: mientras las mujeres se esforzaban por llevar pantalones el hombre victoriano interpretó su lucha como un ataque a su posición privilegiada. Los medios de comunicación amplificaron las reacciones negativas y revistas como Punch, una publicación de humor y sátira, enfatizaron las posibles consecuencias de una revolución sexual que culminaría en la subyugación de los hombres ante sus esposas en bloomers.

La jupe-culotte de Paul Poiret.

 

La reacción de la prensa ante la aparición de Luisa Capetillo en pantalones, no se hizo esperar.

En el contexto caribeño, la sufragista puertorriqueña Luisa Capetillo, osó caminar las calles de La Habana vistiendo pantalones. Fue arrestada y acusada de causar escándalo. La prensa habló de “Las excentricidades de una anarquista” no obstante, Capetillo fue absuelta luego de probar que no existían leyes en Cuba que prohibieran a la mujer vestir pantalones.

Durante la década de 1920, el ideal estético de la androginia permitió que el pantalón se colara por primera vez en el armario femenino de forma generalizada, siendo acogido por mujeres como Coco Chanel, Marlene Dietrich y Katharine Hepburn quienes por su posición privilegiada no tuvieron repercusiones, sin embargo, otras mujeres podían enfrentar multas.

Coco Chanel

Hay casos, en los que el intento por intervenir el armario femenino rayan en lo absurdo. Como ejemplo destaca una ley francesa que dictaba que las mujeres precisaban permisos para “vestir como hombres” con el fin de trabajar o andar en bicicleta; ley que permaneció vigente hasta 2013. No menos absurda resulta la decisión de un juez de Los Angeles, California que ordenó el arresto de una mujer en 1939 por llevar pantalones en la corte pues según él, su acto constituía una distracción de los asuntos legales.

Hablando de legalidad, en el caso Rappaport v. Katz de 1974 la demandante Doreen Rappaport impugnó por razones constitucionales al Secretario de la ciudad de Nueva York, quién prescribía la vestimenta requerida para las parejas que se casaban. Rappaport deseaba llevar pantalones en su boda pero la obligaron a presentarse en falda.

La demandante manifestó “encuentro que vestirme con pantalones […] me protege de gran parte de los estereotipos de roles sexuales a los que las mujeres siguen siento sometidas tanto profesional como socialmente”; a lo que el juez respondió que “los jueces federales tienen demasiado que ver como para involucrarse en este tipo de disputa.”

de los locos 20’s a la minifalda

Portada de la Vogue británica, diciembre 1925 via Dazed.

Los locos 20’s trajeron consigo la simplificación del vestido femenino, eliminaron el exceso de ornamentación y disminuyeron de forma gradual el largo las faldas. En 1925 la vestimenta se hacía eco de las nuevas libertades que gozaba la mujer de la modernidad y la falda se acortó a la altura de la rodilla. Tales libertades no pasaron desapercibidas y fueron denunciadas desde el púlpito tanto en Europa como en América. La reacción del establishment político no se hizo esperar y en los estados de Ohio y Utah se firmaron leyes en contra de las faldas cortas que amenazaban con multas y aprisionamiento a las mujeres que las desafiaran. Otro intento de dominio que por supuesto pasó en vano.


La verdadera revolución se dio en la década de 1960 con la aparición de la minifalda en 1966. Mientras Mary Quant y André Courreges se disputaron su autoría, las inglesas (y eventualmente el mundo entero) disfrutaron de la nueva liberación de las formas del vestido femenino.

Justin de Villenueve, Twiggy en Baby Doll.

Lo que se publicitó con la revolución sexual de los 60’s y la no tan distante segunda ola del feminismo, resultó ser un atuendo que amplificó la infantilización de la mujer con mini-vestidos, baby dolls de mangas exageradas y por supuesto la minifalda; atuendos que obligaban a mantener un físico esbelto y un aspecto de adolescencia tardía.

exhibicionismo, modestia y empoderamiento femenino

La moda en realidad comienza con esta división del cuerpo rechazado y expresado de modo alusivo, y es ella también la que la elimina en la simulación de la desnudez, en la desnudez como modelo de simulación del cuerpo.

—Jean Baudrillard, El Intercambio Simbólico o la Muerte

En la actualidad, la discusión intervencionista del armario femenino tanto en las izquierdas como en la derecha, orbita alrededor del empoderamiento de la mujer y el derecho a la exhibición de los atributos o la simple modestia.

Mientras los movimientos feministas se debaten si el trabajo sexual y la hipersexualización de la mujer en la cultura pop son legítimos y útiles a la causa, las estrellas que viven de su imagen y por ende de sus cuerpos gozan de amplia legitimidad en la esfera pública generando cada vez más ingresos y convirtiéndose en household names al estilo Coca-Cola.

Dado que la moda se funda sobre la base de la abolición del pasado, no es de extrañar que veamos a una Jennifer López de 50 años, abonar al discurso del empoderamiento femenino y del rechazo al añismo, haciendo pole dance frente a miles de espectadores y apareciendo con cada vez menos ropa en la alfombra roja, algo que con seguridad no habría ocurrido en el pasado.

A menos ropa, más poder. Como prueba, la larga lista de estrellas y aspirantes a la fama que utilizan la sexualidad como instrumento de liberación y empoderamiento.

Liberación del yugo impuesto por una sociedad autoritaria, fue el que se suscitó con el bikini en el Brasil de la dictadura, cuando en 1964 pasó de atuendo práctico para la playa a símbolo de la fantasía cultural en oposición a la rígida hegemonía política.

Solo dos años antes, Rudi Gernreich pretendió liberar a la mujer con el monokini, traje de baño que dejaba los senos expuestos y que el Women’s Wear Daily declaró el staple de los siguientes 5 años. Para desgracia del movimiento Free the Nipple, casi nadie lo adoptó.

¿Y porqué no hablamos del burkini? Esa amalgama del burqa musulmán y el bikini de dos piezas que no cesa de desatar controversia en Europa. Lo que para la mujer occidental representa represión para la musulmana representa liberación de los estándares de belleza impuestos por occidente. ¿Pero en qué contexto? Es sabido que en muchos países musulmanes las leyes que rigen los modos del vestir femenino, entre otras cosas, son de las más implacables ante el silencio sepulcral de los movimientos occidentales de liberación femenina y de una industria de la moda que se suma al comercio del velo y otros atuendos.

Lo que prueba que con la modestia también se ejerce poder. Mientras Billie Eilish se cubre cada vez más, contrario a sus contemporáneas, Cynthia Nixon critica los mensajes contradictorios con los que se nos bombardea a diario, sobre cómo debemos lucir y comportarnos.

Los movimientos pro modestia cobran cada vez más auge sirviendo de contrapeso al juego seductivo del a menos ropa, más poder.

Cabe preguntarnos si este tipo de injerencia se suma al establishment como un fenómeno que se suscita de mujer a mujer en el que tanto el star system como nosotras servimos de instrumentos, mientras las definiciones de lo que implica el feminismo se vuelven cada vez más confusas ante su masificación.

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