La complicada relación entre moda y feminismo: moda justa

Fairtrade Foundation.

Este es el tercer y último artículo que analiza la complicada relación entre la moda y el feminismo, en el marco de la Semana y el Día Internacional de la Mujer.

Mailye Matos

Fin de semana del 8 de marzo. ¡Felicidades mujer! Ofertas con un 20 por ciento de descuento invaden mi correo electrónico.

La imaginación da rienda suelta a una cantidad considerable de cierres de transacciones: ¿encontró todo lo que buscaba? La pregunta que desde hace tiempo es parte de nuestra vida cotidiana, se convierte en un eco eterno en mi cabeza, acompañada de una serie de cuestionamientos.

“That blue represents millions of dollars and countless jobs” (…) Ese extracto del memorable monólogo de Miranda Priestly, el personaje de Meryl Streep en The Devil’s Wear Prada, resuena.

No es para menos. La industria de la moda emplea a más de 300 millones de personas alrededor del mundo, casi la población total de los Estados Unidos. Su producción se caracteriza por su dispersión geográfica, lo que representa oportunidades de empleo para una diversidad de poblaciones a nivel global.

El 8 de marzo de 1908, quince mil trabajadoras neoyorquinas marcharon exigiendo menos horas de trabajo y mejores condiciones laborales. Tres años después, la ciudad presenció cómo el fuego consumía la vida de muchas de esas trabajadoras en su mayoría inmigrantes, cuando el 25 de marzo de 1911, un incendio arrasó con los pisos 8, 9 y 10 del edificio de la fábrica de camisas Triangle Waist Co.

Más de un siglo después cantamos himnos y exigimos derechos mientras vestimos los productos con mensajes feministas que proliferan en el mercado, sirviendo de instrumento al despliegue indumentario de nuestra identidad y convicciones por un módico precio. ¿No?

En 2013 el colapso del complejo industrial Rana Plaza en Bangladesh, se anunció con un día de anticipación. La preocupación de los trabajadores ante el crujir de la estructura fue ignorada, lo que provocó la muerte de 1,138 trabajadores y miles de heridos. Como uno de los desastres industriales más recordados de la historia reciente, Rana Plaza nos obligó a mirar las prácticas de los retailers que frecuentamos.

Aunque los imaginarios de justicia y equidad a menudo vienen acompañados de la exigencia de accesibilidad, en el campo de la moda, el acceso masivo a bienes depende de prácticas no necesariamente éticas. Los efectos de la manufactura y sus tecnologías, la distribución, las ventas, el mercadeo, la demanda de los consumidores y los cambios sociales que estos generan, aceleran cada vez más nuestros patrones de compra y con ellos la búsqueda de mano de obra barata para reducir costos de producción y como consecuencia el costo de los productos que consumimos.

La campaña ¿Quién hizo mi ropa? de Fashion Revolution busca concientizar sobre las prácticas de la industria de la moda.

 

La organización Fashion Revolution nos invita a preguntarnos por las manos que confeccionan lo que llevamos puesto.

 

Casi siempre fue así. El imperio de la moda se fundó sobre las espaldas de mujeres trabajadoras e inmigrantes, y gracias a ellas se ha mantenido, salvo por algunas excepciones.

A 11 años de fundar su casa de costura Madeleine Vionnet logró expandirse y otorgó empleo a más de mil personas que contaron con mejores condiciones laborales, cuidado de salud y comedor subsidiado.

La historia de la moda es indisociable de la emancipación de la mujer pero también de la precariedad laboral. Las manufactura no es el único sector bajo estas condiciones, la explotación también existe en el prestigioso seno de la alta costura y las publicaciones de moda.

El trabajo gratuito prolifera en dichas áreas pues existe una noción de prestigio acompañada de las fiestas, el hospedaje y los regalos a los que tienen acceso los trabajadores de este sector, pero el estatus simbólico que le acompaña no paga el alquiler.

¿En manos de quién está el control? ¿De los gobiernos? ¿De los productores? ¿O de los consumidores? La respuesta resulta difícil ante una cadena de distribución tan larga y difícil de controlar. Aún así, creemos conocer las soluciones: investigar más, consumir menos.

Lo que nos remite a otro dilema ético, si dejamos de consumir ante las condiciones de trabajo de los millones de empleados del sector ¿de qué van a vivir? Un desenlace justo para todos es más complicado de lo que parece.

 
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